sábado, 22 de agosto de 2015

A LA CIUDAD PERDIDA. DÍA 3

Nos levantamos a las 5am y 2 horas después estábamos en marcha, frescos y ligeros, pues habíamos dejado las mochilas en el campamentoEn las hamacas dormimos mejor de lo esperado, aunque pasamos algo de fresco porque no nos dimos cuenta de pedir mantas ya que al acostarnos hacía buena temperatura.

Llegamos a la Ciudad Perdida (Teyuna, su nombre indígena) a media mañana, siguiendo un camino precioso y muy agradable que transcurrió dentro de la selva. Eso sí, tuvimos que cruzar el río, con el agua hasta la cadera, agarrándonos a una cuerda que había atada de orilla a orilla, para no ser arrastrados por la corriente, a la ida y luego a la vuelta. Y así fuimos tan frescos, con los pantalones chorreando :).



El último tramo para llegar a la Ciudad Perdida es una escalera de unos 1200 peldaños incrustados en el bosque húmedo. Resbalaban bastante, así que había que subir con cuidado, y especialmente bajarlos...

Para mi, lo más espectacular de la Ciudad Perdida fue el el primer vistazo: un panorama que se abrió ante nuestros ojos formado por un conjunto de terrazas de forma circular cubiertas de hierba de un verde brillante, sobre una colina, rodeadas de montañas, tapizadas de un denso bosque húmedo. Esta ciudad fue construida por los tayrona en las laderas norte de la Sierra Nevada de Santa Marta y probablemente fue su mayor centro urbano, que se erigió entre los siglos XI y XIV, aunque sus orígenes se remontan a mucho más atrás.

Estuvimos por allí bastante tiempo y Enrique, nuestro guía, nos explicó algunas cosas de las ruinas, sus habitantes y el descubrimiento de las mismas por buscadores de tumbas. Había muchos mosquitos, que mantuvimos a raya gracias al repelente (en esta parte es imprescindible). Paseamos por las terrazas y subimos a sus diferentes niveles. En lo más alto de las ruinas había un campamento militar con algunos soldados yendo, viniendo y haciendo su vida cotidiana. Nos dijeron que estaban allí para mantener la seguridad del lugar.

Salimos de la ciudad por un camino distinto del que habíamos llegado, siguiendo el pavimento original y bajando escaleras que se iban internando en el bosque. Algún grupo desistió de volver por aquí, porque la piedra resbalaba mucho debido al verdín y el barro, pero creo que valió la pena, pues seguimos disfrutando de las ruinas, recorriendo algo más su emplazamiento y admirando nuevos paisajes.

Pasamos por algunos poblados de comunidades indígenas, con sus chozas circulares hechas de madera y vegetación. A lo largo de todo el camino, en estos días, nos cruzamos de vez en cuando con gente tayrona, con su semblante serio que impresionaba, sus facciones tan suaves pero tan duras, sus vestimentas blancas y su larga melena oscura, normalmente suelta. A veces iban con mulas y perros, otras solos.

Ya en el campamento comimos y enseguida emprendimos el camino de vuelta, por la misma senda por la que vinimos. Como el día anterior se nos abrieron los cielos y nos cayó tal ducha de agua que fuimos chorreando bajo la lluvia por varias horas hasta que llegamos al destino. El camino se había convertido en un riachuelo color café con leche. Nos alegramos de marchar con las sandalias de trekking acuáticas. Si hubiéramos llevado zapatos cerrados, se nos habrían llenado de agua. Aunque íbamos empapados, no teníamos nada de frío.


Llegamos al campamento donde habíamos comido el día anterior, sobre las 4pm, empapados y cansados. Nos instalamos y nos cambiamos. En esta ocasión dormiríamos en camas- literas con mosquiteras. Cenamos a la luz de las velas, en un animado ambiente de charlas y relax.

Cuando me retiré a las 8pm (cenada, cansada y con sueño), que era noche cerrada, se me ocurrió echar un vistazo a la oscuridad más allá del campamento, atraída por los extraños sonidos que lo llenaban todo. El espectáculo que descubrí me dejó sin aliento: donde la mortecina luz del campamento ya no alcanzaba, unos pocos metros más allá, un mural negro y denso de oscuridad se levantaba, tachonado de cientos de pequeños puntos luminosos y palpitantes, de un tenue y misterioso verde esmeralda. El aire vibraba con coros de silbidos y sonidos secos que resultaron provenir de ranas y sapos enormes que se quedaban inmóviles, con sus ojos reflectantes como pequeñas canicas, bajo los haces de nuestras linternas. Parecía que todo estuviera coordinado: los sonidos y el parpadeo de las luciérnagas parecían vibrar de manera acompasada. Belleza pura. Avisamos al resto de los compañeros del grupo, que se habían quedado jugando a las cartas. Todos nos sentimos sobrecogidos.

RECOMENDACIONES:

- Pantalones cortos y ligeros que se puedan mojar sin que resulte demasiado engorroso (y se sequen pronto). También es cómodo calzar sandalias de trekking que se puedan mojar.
- Mucho repelente de mosquitos para la Ciudad Perdida.
- Para la lluvia torrencial: sandalias acuáticas y sombrero de ala ancha.

ENLACES RECOMENDADOS:

- El maravilloso trekking a la Ciudad Perdida de Colombia. El blog de Paco Nadal.
- Ciudad Perdida. Instituto Colombiano de Antropología e Historia ICANH.
- La Ciudad Perdida

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