Salimos a las 10:15am. en puntito de la Estación Oeste en un tren de alta velocidad que vimos, llegó a alcanzar los 308 km/h. El viaje duró unas cómodas 3h. hasta Taiyuan, donde cogimos otro tren (fue fácil conseguir el billete) que también salió puntual y que nos dejó en Pingyao en hora y media (a las 3:30pm.).
En Pingyao nos alojamos en el Yamen Hostel, que habíamos reservado desde Madrid.
Pingyao nos impresionó al primer vistazo por su imponente e impecable muralla, por sus edificios de ladrillo negro y sus calles de ambiente medieval. Además nos encantó su tranquilidad, prácticamente sin tráfico rodado y su ambiente local. Pero lo que más nos impactó fue la habitación del hostel: una especie de celda con una enorme cama, pared a pared, bajo el ventanal, con mobiliario estilo antiguo oriental. La habitación estaba situada en un precioso patio gris con farolillos rojos que se encendieron al anochecer, todo esto como aperitivo de lo que pudimos comprobar que es la fisonomía de la ciudad: casas antiguas, coquetos patios, callejuelas y farolillos rojos. En Pingyao es inevitable sentirse transportado a otra época.
En el hostal contratamos el viaje de salida a Xian en autobús (en tren ya no había plazas para el día que queríamos).
Cenamos muy a gusto en uno de los múltiples restaurantes que hay en la calle principal y en cuanto anocheció, la calle se iluminó con un montón farolillos rojos y ocres.
Pingyao nos impresionó al primer vistazo por su imponente e impecable muralla, por sus edificios de ladrillo negro y sus calles de ambiente medieval. Además nos encantó su tranquilidad, prácticamente sin tráfico rodado y su ambiente local. Pero lo que más nos impactó fue la habitación del hostel: una especie de celda con una enorme cama, pared a pared, bajo el ventanal, con mobiliario estilo antiguo oriental. La habitación estaba situada en un precioso patio gris con farolillos rojos que se encendieron al anochecer, todo esto como aperitivo de lo que pudimos comprobar que es la fisonomía de la ciudad: casas antiguas, coquetos patios, callejuelas y farolillos rojos. En Pingyao es inevitable sentirse transportado a otra época.
En el hostal contratamos el viaje de salida a Xian en autobús (en tren ya no había plazas para el día que queríamos).
Cenamos muy a gusto en uno de los múltiples restaurantes que hay en la calle principal y en cuanto anocheció, la calle se iluminó con un montón farolillos rojos y ocres.
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